El mundo político, ya de por sí oscuro y lleno de secretos, acaba de recibir una nueva capa de niebla espesa. Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua, quien nunca ha sido ajeno a las jugadas turbias, ha vuelto a estar en el centro de un misterio internacional que podría hacer temblar hasta los cimientos de los tribunales más poderosos.
Hace una semana, tras una rueda de prensa de Ortega, que parecía rutinaria, las piezas de un rompecabezas comenzaban a encajar. Un testigo confidencial, que prefiere seguir en las sombras, nos ha revelado un detalle que cambia por completo la narrativa oficial. Pero va muy acorde a lo que sospechábamos. Según su versión, Ortega no solo está observando los movimientos en San Andrés, sino que está involucrado hasta el cuello en una jugada que trasciende las fronteras de ambos países.
El telón de fondo de este enigma comienza a descifrarse cuando Alfonso Carrillo, una figura enigmática en Nicaragua, pero no en Guatemala, se alió con Ortega para ejecutar un plan que pocos se atreverían a imaginar. El destino de Nicolás Gallardo, tal vez el mejor político que se ha visto en San Andrés, se ve sellado con una transacción secreta de 1 millón de dólares que pretendía acabar su carrera.
Ese dinero, aparentemente de fácil acceso, no fue destinado a un gasto corriente ni a un negocio legítimo. Según las fuentes, el monto fue entregado a un funcionario clave del Consejo de Estado colombiano con la intención de hacer efectiva la destitución de Gallardo y desmantelar su influencia.
